Optima97.com Optima 97.7 FM | La Gigante de Nagua
Stephen King suele ser apodado como «el rey del terror», pero siempre he pensado que es un apodo tan justo como inexacto. Si es capaz de aterrorizarnos es porque, en sus mejores novelas, sabe crear personajes que, de una manera u otra, nos recuerdan a lo mejor y peor de nosotros mismos. Así, explotando nuestras debilidades, se convierte en un maestro prestidigitador de sentimientos. King sabe cómo atacar a nuestros miedos más interiores porque, antes de introducir los monstruos y la sangre, ha delineado protagonistas imperfectos y secundarios extraños que nos recuerdan, en el fondo, a las taras de nuestra propia vida y apela a aquello que más nos asusta: la continua inevitabilidad de nuestra muerte.
Este tratamiento de la muerte como eterno final del camino se ve representado, quizá mejor que en cualquier otro relato del autor, en ‘La vida de Chuck’, en la que se aleja del terror (pero no de lo sobrenatural) para volverse naturalista, fijándose en los pequeños momentos que convierten nuestra vida en una que merece la pena ser vivida. Un baile inesperado, un poema que revoluciona tu mente, una charla sobre la magia de los números, un «Te quiero» que se quedará siempre a medio contar.
Todos los ingredientes para contar una gran y poderosa historia definitiva y definitoria sobre el ser humano están en la versión audiovisual del relato, dirigida por el siempre incansable Mike Flanagan. Sin embargo, a la hora de unirlos, dándole un sentido y una narrativa cinematográfica, se ha pasado mucho -muchísimo- con el azúcar. ‘La vida de Chuck’ está tan centrada en causar impacto en el espectador contando la obra definitiva sobre la vida y la muerte que le da un peso agobiante a todas las escenas. Cada momento, cada instante, cada recuerdo se muestra con la seriedad y el aplomo de una película que se sabe importante, y acaba por agotarse a sí misma muy rápidamente.
Flanagan claramente quiere buscar el beneplácito de un público que pide películas fáciles de masticar sobre la importancia de la vida y disfrutar el momento, con mensajes que todos necesitamos escuchar (e incluso grabarnos a fuego) pero, en el fondo, completamente vacíos, dignos de taza de Mr. Wonderful. Sí, todos contenemos multitudes en nuestro interior. Sí, la muerte nos acecha detrás de cada esquina. Sí, hay que aprovechar cada instante que tengamos de felicidad porque puede ser el último. Tristemente, en este engranaje de situaciones prototípicas y grandilocuentes frases vacías, uno acaba enfrentándose a una nadería tan bien filmada como fácilmente olvidable.
El primer acto (el tercero en realidad, porque la cinta, como la novela corta, se narra al revés) es, sin duda alguna, el mejor de la colección de momentos y situaciones, con un final tan aterrador como espectacular que más adelante cobrará sentido gracias a un poema de Walt Whitman. El despliegue visual y de ideas de estos primeros compases acompañan perfectamente a la intriga que plantea el director y que desaparecerá casi por completo durante los siguientes 80 minutos: tristemente, ‘La vida de Chuck’ tiene buenísimas intenciones, pero se va desinflando lentamente a medida que el grupo de fantásticos actores que pululan por el metraje cae en una fastidiosa sobreactuación confundida con lacrimógena emoción.
Lo que empieza como un relato apocalíptico y un poderoso retrato de los tiempos que nos ha tocado vivir, pronto da un giro al pastiche sobre la felicidad y el memento mori narrado de manera continua por un Nick Offerman que acaba por hacerse tedioso muy rápidamente. Incapaz de traspasar los matices de King a la pantalla, Flanagan acaba por conformarse con un blandiblú emocional que, sin duda, tocará el alma de gran parte del público (y ojo, no hay nada malo ni negativo en ello, ¡todos tenemos distintas sensibilidades!). Tristemente, no me encontré entre ellos, supongo que por mi persistente cinismo vital, asistiendo desesperado a una cinta facilona rodada, una vez pasado el shock inicial, sin demasiadas florituras.
‘La vida de Chuck’, auto-obligada a llevar el sambenito de «película muy bonita», se queda a años luz de otras maravillas que se han hecho con la obra de King con una mezcolanza de ideas pretendidamente tiernas que nunca terminan de conseguir su objetivo. Tiene momentos fantásticos donde te toca el corazón, pero el puzzle que nos plantea tiene tan solo tres piezas y son muy sencillas de colocar: la incógnita acaba volviéndose hastío y la obstinación de la película por situarse continuamente en un mismo tono de «cine clásico tierno» no ayuda a que nos enamoremos de ella. Habrá que ver si en la serie de ‘Carrie’, el autoproclamado adaptador de King ha entendido mejor la lección. Crucemos los dedos, porque este no es el camino.
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La noticia
‘La Vida de Chuck’ es una película que quiere dejarnos llorando a mares, pero Mike Flanagan se pasa insuflando azúcar a Stephen King hasta convertirle en Mr. Wonderful
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por
Randy Meeks
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Escrito por Redacción Optima
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