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El precio de una taza de café es un excelente indicador socioeconómico. Ese “1,20 euros” de un café con leche en un bar convencional es la vara de medir con la que muchos españoles estos últimos años han comparado el precio de productos cotidianos, pero esa vara hace tiempo que se rompió.
El auge de cadenas como Starbucks, las cafeterías de especialidad y la realidad temblorosa del mercado del café ha provocado que el precio de esta deliciosa y saludable bebida aumente drásticamente.
Pero aunque paguemos más o menos dependiendo del lugar en el que vivamos, hay cafés tan exclusivos que da igual dónde nos lo tomemos porque su precio va a seguir siendo disparatado. Y uno de esos cafés carísimos se produce en la isla japonesa de Okinawa.
¿El precio? 315 euros. La taza, no el kilo. Y hasta los más expertos en café no saben si vale la pena.
Estamos hablando de pedir un donut de un par de euros para acompañar una taza de café de más de 300 euros. Es complicado que muchos de nosotros imaginemos algo así, pero es lo que ocurre con algunos cafés como el de Nakayama Estate. Y, dentro de que es una barbaridad de dinero por una taza de café, voy a recurrir a ese meme de Xataka: tiene sentido. Ponle las comillas que quieras aquí.
Okinawa está justo en el límite norte del llamado ‘cinturón del café’, lo que la convierte en una de las zonas más extremas donde puede cultivarse. Ya hemos contado que el café se produce mayormente en lo que conocemos como el “cinturón del café” y que, aunque el cambio climático está permitiendo que los cafetos se desarrollen en zonas como Sicilia o España, no deja de ser una peculiaridad que se produzca café tan al límite de la zona óptima.
Además, Nakayama no es que esté demasiado elevada sobre el nivel del mar. Para cultivar café, sobre todo la variedad arabica, que es la que se suele usar en el café de especialidad, la altitud a la que se cultiva debe estar entre los 1.000 y 2.000 metros sobre el nivel del mar. En Nakayama, las fincas están entre los 150 y los 500 metros.
Para redondear la fórmula, hay que tener en cuenta que emplean prácticas sostenibles sin pesticidas y con empleados japoneses que cobran salarios más altos que los que pueden cobrar los agricultores de otras zonas productoras de café. En resumen: no son las condiciones ideales, es complicado cosechar y los salarios son altos, lo que impacta directamente en el precio, pero hay más.
El café de Nakayama no es sólo exclusivo por el logro de sacar adelante una cosecha así, sino por la escasa producción que consiguen cada año. Brasil es el principal productor de café y en 2022 esa producción fue de más de 3.100.000 toneladas. Vietnam es el segundo, con casi 2.000.000 toneladas ese mismo año. Nueva Caledonia es uno de los productores más débiles, con dos toneladas de café. Nakayama no entraría ni en las gráficas, pues su producción es de 300 kilos al año.
Y si sumamos esa escasísima producción anual con los factores comentados anteriormente y a que el café tiene unas notas distintivas gracias, precisamente, a ese cultivo a baja altura, tenemos como resultado una taza que es excepcionalmente cara. Yo sería incapaz de distinguir una taza de este selecto café de mi café de Costa Rica de cada mañana, pero alguien sí puede: James Hoffman.
Alguna vez hemos hablado de él, ya que fue nombrado mejor barista de 2007, tiene recetas tan interesantes –esta sí la he probado– como la de un café de donut y, además, es tostador de café. Tiene, en definitiva, un paladar lo suficientemente cualificado como para analizar algo como una taza que cuesta más de 300 euros.
Para ello, se dirigió a una de las cafeterías más caras del mundo: Shot, en uno de los barrios más exclusivos de Londres, para probar este café. Aquí sólo hay cafés especiales, como cosechas privadas de islas como Kona en Hawái, el café de Santa Helena (una de las islas más remotas del mundo) el café Kopi Luwak que se extrae de excrementos de un animal y, cómo no, el de Nakayama. La carta no tiene precios, y ya sabemos qué suele implicar esto.
Vale, muy bien, pero… ¿vale la pena? Según Hoffmann, no. No del todo.
“Es más ácido de lo que esperaba y tiene una buena textura, un toque de madera y es muy afrutado”, comenta el youtuber británico. “El barista lo ha hecho realmente bien, hay un buen barista tras este café y es un café maduro, bien procesado, bien tostado y bien hecho, pero no pienso que su sabor y su precio estén conectados”.
Además, añade que no piensa que tenga características distintivas de otros cafés de baja altura que ha probado. Y, aunque esto pueda parecer demoledor, realmente, como decía antes, tiene sentido. Porque, como aclara el mismo Hoffmann, el precio y la percepción de esos 300 euros por una taza de café (espresso, además, sin leche) depende del valor que demos a las cosas, algo que va unido al tamaño de la cartera.
Ocurre con prácticamente cualquier producto cuyo precio no es objetivo y depende de lo que estemos dispuestos a pagar. Este café de Okinawa, mejor o peor, es como un vino exclusivo, marcas de moda, chocolate, relojes, coches y lo que se nos pueda ocurrir. Porque, evidentemente, a Shot no le ha costado tantísimo dinero, pero ha revalorizado hasta el extremo el precio de ese café debido al aura de exclusividad que tiene ser de las pocas cafeterías del mundo que tiene esos granos en concreto.
Lo cierto es que, tras escribir esto, aún se me escapa de la cabeza el pagar 315 euros por un espresso y no sé a cuántos Bernabéus equivale. Pero sí sé que por el precio de ese espresso, te puedes comprar tres juegos de Nintendo Switch 2 y te sobra para un café de la cafetería del final de la calle.
Imágenes | James Hoffman, Seaislandcoffee
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La noticia
La taza de café más cara del mundo cuesta 300 euros y se vende en el único país dispuesto a pagar algo así: Japón
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alejandro Alcolea
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Escrito por Redacción Optima
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