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‘La ley de Jenny Pen’ se aleja de monstruos y espíritus para incidir en el terror definitivo: hacernos viejos

todayseptiembre 12, 2025

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'La ley de Jenny Pen' se aleja de monstruos y espíritus para incidir en el terror definitivo: hacernos viejos

Nos da miedo hacernos viejos. Por mucho que sea un cliché del cine, también es una realidad: más que los monstruos, los espíritus y los asesinos en serie, nuestro miedo primordial es el ser una carga para los nuestros, sentir que la muerte se acerca de manera inexorable, no poder valernos por nosotros mismos. Sufrir en silencio los achaques, retirados en una residencia para la tercera edad donde consumirnos poco a poco. El cine de terror lo sabe perfectamente, y en ‘La ley de Jenny Pen’ lo ha explotado al máximo: más allá de las esquizofrenias y los abusos, lo que realmente nos aterraría sería ser como sus protagonistas. 

La ley del más fuerte

‘La ley de Jenny Pen’ es un descenso a los infiernos, arrebatando poco a poco la dignidad a un juez serio y de moral recta a quien no le queda otra que enfrentarse todas las noches a un maniaco obsesionado con hacer cumplir la ley que marca su títere, una muñeca que siempre tiene en la mano llamada Jenny Pen. Este juego psicológico del gato y el ratón es tan frustrante como emocionante, repleto de vaivenes, idas, venidas, humillaciones y conversaciones que aportan, cuando poco, profundidad a los personajes.

Las maldades de ese loco interpretado fantásticamente por John Lithgow van agravándose a medida que pasa el metraje hasta llegar a un clímax bien resuelto, pero que llega demasiado tarde: al final, la película es una continua repetición sobre el mismo concepto y es difícil quedar totalmente enganchado al ver la misma situación por cuarta o quinta vez. Lo que al principio causa impacto, una hora y media después se convierte en mera rutina, con el mero aliciente de comprobar hasta qué punto puede llegar el sadismo geriátrico.

Sin embargo, hay algo que eleva a ‘La ley de Jenny Pen’ y le impide ser una película más, una de tantas que pasan sin pena ni gloria por la cartelera: la fuerza de unos personajes repletos de profundidad y capas, que se sienten reales, cada uno con sus anhelos, rarezas y personalidad propia que va mucho más allá de la bondad contra la maldad, o la cordura contra la locura. Habría sido muy fácil condenarles a, simplemente, ser los comparsas maleables del villano de turno, pero es capaz de ir más allá y les pone bajo el foco dándoles inusuales momentos de protagonismo a todos ellos. Y son francamente fascinantes.

Hacerme viejo no me suena bien

James Ashcroft, su director, que podría haber rodado con muchísima menos naturalidad y simplemente para cobrar el cheque, se dedica en cuerpo y alma a convertir un guion relativamente convencional en una película que merece la pena, utilizando la cámara con vibrantes planos (repletos de constantes picados y contrapicados que revelan la angustia de sus protagonistas) y una estupenda fotografía que no aqueja el hecho de estar rodada prácticamente en un único espacio.

De hecho, el propio Ashcroft parece dispuesto a ponerse palos en las ruedas y complicarse la vida, aunque solo sea para demostrar que puede salir indemne e incluso reforzado de sus propias decisiones. Habría sido muy fácil crear un discurso en el que el bien absoluto, representado en la forma de un juez, se enfrentase al mal más pérfido. Sin embargo, ya en la primera escena queda claro que nuestro protagonista es altivo, egoísta y con un sentido de la ley maquiavélico, mientras que su contrapartida tiene más aristas de lo que parece en un inicio. No hay absolutos en ‘La ley de Jenny Pen’, más allá de la apatía con la que se les trata.

Resulta sabio que el enfrentamiento no sea entre personajes ramplones y extremos, sino entre personalidades complejas y dispares enfrentadas a la fuerza, sobre todo porque muestra una tesis que nunca se siente subrayada ni obvia: el mayor miedo de ‘La ley de Jenny Pen’ no viene de la muñeca ni de las humillaciones y barbaridades de las que este psicópata sale indemne ante la pasividad de las enfermeras. El verdadero terror viene de la propia senectud, de no tener control sobre tus actos, de no importarle a nadie, de que cada palabra que salga de tu boca sea vista como un desvarío en la boca de un anciano.

No es la mejor película de terror de este año, pero es ciertamente apreciable: ‘La ley de Jenny Pen’ tiene a unos Geoffrey Rush y John Lithgow fabulosos y entregados a lo que podría haber sido una simple serie B sin mucho donde rascar. Sin embargo, aquí hay mucho más: hay, más allá de los muñecos y los terrores de la tercera edad, todo un discurso sobre el poder en el ocaso de la vida, la ley del más fuerte, el autoconocimiento y la resignación de notar cómo tu cuerpo envejece más rápido que tu mente. No hay nada que dé más miedo.

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‘La ley de Jenny Pen’ se aleja de monstruos y espíritus para incidir en el terror definitivo: hacernos viejos

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Espinof

por
Randy Meeks

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Escrito por Redacción Optima

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