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En los años 70, los vinos sin añada eran lo peor de lo peor. Ahora hay botellas cvc por encima de los 700 euros

todayabril 6, 2025

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En los años 70, los vinos sin añada eran lo peor de lo peor. Ahora hay botellas cvc por encima de los 700 euros

Cosecha, crianza, reserva, gran reserva y, bueno, CVC. Es decir, las siglas de «conjunto de varias cosechas»; una denominación que, al menos desde 1974, suele designar a lo peor de lo peor del vino español. O eso pensaba la mayor parte de los reguladores, de la industria y, sobre todo, de los consumidores.

¿Y eso? ¿Por qué? Los estándares europeos permiten introducir hasta un 15% de vino procedente de cosechas anteriores para «mejorar» el vino de la añada en cuestión. En esencia, excepto en sistemas como los de crianzas y soleras, el vino es en buena medida suerte embotellada. Cada añada es fruto de una particularísima concatenación de fenómenos humanos, climáticos y geológicos: cada botella es la suma de una larguísima conversación entre el mundo y el ser humano. 

Por eso, la práctica habitual nos decía que era una mala señal el hecho de que una añada necesita más de ese 15%. Había demasiado que arreglar.

Pero eran prejuicios. En 2017, Marcos Eguren sacó al mercado un cvc a 750 la botella. La gente se escandalizó, pero lo hizo por puros prejuicios. No es solo que el Sierra Cantabria no ha dejado de crecer en precio, sino que algunos de los vinos más importantes (y caros) del país ya eran cvc: el mejor ejemplo es el Reserva Especial, el tope de la gama más alta de Vega Sicilia. 

En un contexto social en el que los «vinos duplicados» empiezan a aparecer con fuerza y en el que el cambio climático pone contra las cuerdas a las bodegas de las principales regiones vitivinícolas, no tiene sentido producir con una mano atada a la espalda: la misma técnica de mezclado de vinos que sirve para enmascarar malas añadas puede usarse para generar vinos excepcionales. Rudy Kurniawan es el mejor ejemplo.

¿Por qué íbamos a renunciar a ello?

Y la respuesta es complicada. Sobre todo, porque hay mucha formas de beber vino. Para una buena parte de los consumidores, esto no va de probar caldos con propiedades organolépticas excepcionales (que también); esto va de tomarse sorbo a sorbo la historia de una pequeña porción de tierra del planeta. Con sus dramas, sus estreses hídricos y la magia de la fermentación.

Incluso en vinos como los del marco de Jerez donde se consigue una altísima homogeneidad y una más alta aún calidad, las diferencias entre bodegas de siglos de trabajo es algo maravilloso.

El asunto es que para otra gran parte de los consumidores, tomarse una copa de vino no tiene por qué conllevar un viaje enológico, climático y agronómico por La Rioja, la Borgoña o Burdeos. Estos quieren que una copa de vino sea una copa de vino, ¿porque no iban a aspirar al mejor vino que puedan conseguir por un determinado precio?

Una revolución que afecta a todo. Es una tendencia general: todo el mundo parece dividirse en boutiques que hacen algo pequeño, personal y de alta calidad y franquicias que producen productos sencillos, homogéneos y altamente estandarizados. Pasa con las hamburguesas, pasa los gimnasios… ¿Cómo no iba a pasar con el vino?

La duda ahora es cómo impacta esta revolución del vino sin añada en un sector al que el cambio climático y la competencia internacional está golpeando muy duramente. 

Imagen | Klara Kulinova | Kevin Kelly

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La noticia

En los años 70, los vinos sin añada eran lo peor de lo peor. Ahora hay botellas cvc por encima de los 700 euros

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Xataka

por
Javier Jiménez

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Escrito por Redacción Optima

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