Optima97.com Optima 97.7 FM | La Gigante de Nagua
Existe una leyenda (no confirmada) que decía que, al conocerse la rendición definitiva de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, el júbilo con el que se celebró en la Unión Soviética se cuenta como una de las borracheras más épicas de la historia de los festejos etílicos. El mito no se quedaba ahí, ya que el relato decía que el Día de la Victoria desembocó en lo más parecido a un “apagón alcohólico nacional”, dejando a la nación sin vodka en tan solo 24 horas. Lo cierto es que, sea o no verdad, tiene todo el sentido del mundo.
Venían de una prohibición que había resultado un desastre.
Una relación ancestral. Contaba en un extenso reportaje The Atlantic que la inclinación rusa hacia el alcohol tiene raíces religiosas y políticas. En el año 988, el príncipe Vladímir eligió el cristianismo ortodoxo en parte por no prohibir el consumo de alcohol, a diferencia del islam. Durante el siglo XVI, Iván el Terrible estableció las primeras tabernas estatales (las llamadas kabaks) que se convirtieron en monopolios fiscales. En menos de un siglo, un tercio de los hombres rusos estaba endeudado con estas casas de bebida.
Ya en el siglo XVIII, Pedro el Grande consolidó esa dependencia institucional: no solo toleró el alcoholismo de sus súbditos, sino que castigaba a las esposas que intentaban sacar a sus maridos de las tabernas, y reclutaba a deudores etílicos para el ejército. Llegados al siglo XIX, el Estado obtenía casi la mitad de sus ingresos de la venta de vodka. Lejos de ser una externalidad del sistema, el alcohol se diría que se volvió su motor recaudador.
En este contexto, el zar iba a tomar una decisión de enjundia.
La abstinencia imperial. Según Time, la historia de la prohibición rusa no solo precede a la célebre Ley Seca estadounidense, sino que constituye una de las decisiones más trascendentales (y fatales) del zar Nicolás II. Ocurrió en septiembre de 1914, cuando pocos días después de la muerte en combate de su primo, el príncipe Oleg Romanov, el zar envió un telegrama a su tío Konstantin Konstantinovich anunciando la supresión definitiva de la venta estatal de vodka en Rusia.
Aquel gesto, que en apariencia respondía a una convicción moral y a una pérdida personal, desmanteló uno de los pilares económicos del Imperio: durante siglos, el Estado había mantenido un lucrativo monopolio sobre el alcohol, generando hasta un tercio de sus ingresos gracias a las ventas al campesinado. Al renunciar a esa fuente de financiación justo en el umbral de la Primera Guerra Mundial, Nicolás no solo desató una crisis fiscal profunda, sino que minó el ya frágil contrato social entre el trono y su pueblo.
Consecuencias catastróficas. El problema no fue únicamente económico. La medida se adoptó en un momento en que el imperio intentaba recomponer su prestigio tras la derrota en la guerra ruso-japonesa de 1905, donde el alcoholismo entre los soldados fue señalado como un factor decisivo del colapso militar. La embriaguez colectiva durante las movilizaciones y el frente había sido tan notoria que incluso el káiser Guillermo II llegó a declarar que en el próximo conflicto ganaría la nación que menos bebiera.
Bajo ese impulso, la prohibición pareció una decisión estratégica, destinada a disciplinar al ejército y facilitar la movilización. Y, en efecto, Rusia logró inicialmente desplegar tropas con rapidez y obtener algunas victorias tempranas. Sin embargo, el precio fue elevado: al privar de golpe a millones de personas de su consumo habitual en plena guerra y sin mecanismos de compensación social, se generó un resentimiento profundo entre campesinos, obreros y soldados, amplificando la distancia entre el poder imperial y las masas.
Colapso logístico. El zar nombró al reformista Peter Bark como ministro de Finanzas con la difícil tarea de desvincular la tesorería del alcohol, pero el vacío presupuestario se tornó insostenible. Ante la pérdida de cientos de millones de rublos, la solución fue la más precaria: imprimir dinero, acelerando la hiperinflación y erosionando aún más la economía de guerra. La ficción de que la productividad nacional había mejorado sin el vodka fue sostenida con informes falseados y declaraciones grandilocuentes, mientras los ciudadanos sufrían las consecuencias del desabastecimiento y la depreciación monetaria.
A nivel logístico, el caos fue igualmente impactante: los vagones que debían transportar grano y pertrechos al frente eran ocupados por destiladores aristocráticos que, impedidos de vender dentro del país, intentaban exportar su vodka a Francia, Japón o cualquier puerto disponible, saturando las ya débiles redes ferroviarias rusas.
Del zarismo al bolchevismo. Paradójicamente, la política prohibicionista, nacida en el seno del régimen conservador zarista, fue una de las pocas que sobrevivió al tumultuoso cambio de gobiernos que sacudió Rusia entre 1917 y 1924. Ni el Gobierno Provisional ni los bolcheviques de Lenin revocaron la medida. El líder comunista, de hecho, la defendió como un principio ético e ideológico, advirtiendo que un socialismo basado en la venta de alcohol era una traición al ideal revolucionario.
Durante la Guerra Civil, la disciplina, la sobriedad y el control del consumo fueron vistos como componentes esenciales del nuevo orden. Por supuesto, tras la muerte de Lenin, la lógica del beneficio estatal se impuso una vez más: Stalin reestableció el monopolio del vodka (ahora decorado con la hoz y el martillo), restaurando las prácticas del viejo imperio bajo un nuevo ropaje ideológico. En términos de consumo y rentabilidad fiscal, la etapa prohibicionista fue borrada casi por completo.
Experimento moral. Así terminaba un movimiento que no salió como se esperaba, ni mucho menos. Más allá de su simbolismo, la prohibición rusa encarna un caso singular donde una decisión moral, tomada desde el poder, precipitó el desmoronamiento de un régimen entero. Contaba Time que, en el contexto de una guerra devastadora, una economía quebrada y una población desesperada, la eliminación de una de las pocas válvulas de escape social terminó por exacerbar todas las tensiones latentes del sistema.
El zar pretendió salvar el alma del pueblo ruso quitándole el alcohol, pero terminó perdiendo el trono. Así, el veto al vodka no solo marcó el inicio del fin de los Romanov, sino que dejó una lección perdurable sobre los riesgos de moralizar la gobernanza en tiempos de crisis.
Ahora sí, aquella leyenda del final de la Segunda Guerra Mundial y el mayor festejo etílico cobra todo el sentido del mundo, porque, a veces, la ebriedad puede ser más útil que la lucidez.
Imagen | PXHere
En Xataka | Estos son los países que más alcohol consumen del mundo. ¿Qué bebe cada uno de ellos?
En Xataka | La otra brecha de Europa: el alcoholismo mata a mucha más gente en los países nórdicos que en el sur
–
La noticia
En 1914 Rusia decidió prohibir el vodka para detener el alcoholismo. Fue una decisión desastrosa
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
.
Escrito por Redacción Optima
Desarrollado por PMediaLab | Derechos Reservados
Copyright Optima97.com