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Gente preparándose para «lo peor» ha existido desde hace tiempo. A los seguidores de este movimiento se les denomina preppers, y como su nombre indica, están listos para que el fin del mundo no les pille desprevenidos. El movimiento ha ido mutando ligeramente con el tiempo, incluso ya hay niveles según la billetera, ya que los millonarios también quieren seguir con sus lujos aunque sea en un bunker. Lo último: la deriva geopolítica y las catástrofes naturales tienen a su propio equipo de supervivencia: los “prepared o professional citizens”.
El ciudadano listo. Como decíamos, en una era definida por la incertidumbre global (guerras, pandemias y fenómenos climáticos extremos) ha emergido en Estados Unidos una nueva figura: el denominado como “ciudadano preparado”, una especie de evolución más estructurada y socialmente aceptada del prepper tradicional. Esta corriente, en el pasado marginal, se ha convertido en un movimiento cada vez más visible, conformado por civiles sin afiliaciones paramilitares que entrenan con la misma seriedad que unidades de élite. Lo contaba en un reportaje el New York Times a través de una escena que servía de ejemplo del movimiento.
En un bosque de Florida, diez hombres, entre ellos pilotos, un enfermero y un ejecutivo, participaron en una clase llamada Full Contender Minuteman, donde se les instruyó en técnicas militares bajo la tutela del veterano de la Fuerza Aérea Christopher Eric Roscher, quien entre oraciones cristianas y prácticas de tiro con un AR-15, los preparaba para enfrentar lo que él llama “el peor día de sus vidas”. Esta actitud de alerta constante frente a una posible crisis social, económica o militar ya no es exclusiva de los conspiranoicos o los supervivencialistas de búnker; ahora incluye a profesionales, padres de familia y ciudadanos comunes que buscan autodefensa, eficiencia táctica y comunidad.
Industria del adiestramiento civil. El auge del “ciudadano preparado” ha generado un ecosistema empresarial y cultural en crecimiento. Empresas como Barrel & Hatchet Trade Group, fundada por Roscher y su socio Tyler Burke, ofrecen desde entrenamientos en combate hasta programas sobre resiliencia mental ante desastres. Su presencia digital (a través de YouTube, Instagram, podcast e incluso tienda online) amplifica su alcance. En paralelo, creadores como Ben Spangler, exoficial del ejército y fundador de @tacticalforge, popularizan técnicas de patrullaje y emboscada en redes sociales, atrayendo a una audiencia que no busca militarizarse, sino comprender tácticas defensivas.
Su clientela, mayoritariamente civil y sin experiencia en combate, consume manuales de instrucción militar, compra brújulas y mapas topográficos, y entrena en equipo como parte de una comunidad autogestionada. Aquí no se trata de milicias encubiertas, sino de redes de conocimiento táctico, organizadas por afinidad y propósito, que reflejan una desmilitarización del saber castrense y su transferencia al ámbito doméstico.
Movimiento diverso en expansión. Aunque muchas de estas iniciativas nacen del temor a un colapso institucional o a la violencia urbana, no todas se orientan hacia la autodefensa armada en sentido estricto. A este respecto, existen organizaciones como Protect Peace, fundada por Danielle L. Campbell tras la muerte de su asistente en un tiroteo en 2017, que representan una versión más comunitaria del ciudadano preparado.
Su enfoque combina entrenamiento con armas, formación en primeros auxilios y distribución de naloxona en zonas vulnerables, además de impulsar licencias de radioaficionado para mantener comunicaciones en caso de emergencias. Su misión no es prepararse para repeler una invasión o resistir un gobierno opresor, sino tejer redes de apoyo local ante la violencia cotidiana. Sí se quiere también, lejos de la narrativa apocalíptica, su propuesta es pragmática y social: construir comunidad desde la preparación, no desde el aislamiento.
Cooperación organizada. Contaba el Times en su reportaje que lo que distingue al ciudadano preparado del dueño promedio de armas no es el arsenal, sino la mentalidad y el sentido de pertenencia. Ya no se trata solo de poseer un rifle, sino de saber usarlo con disciplina, coordinarse en grupo, identificar riesgos y planificar respuestas. El medio lo constaba con ejemplos como el de Josh Eppert, vicepresidente de una empresa de construcción en Tampa, quien se sumó a los entrenamientos de Barrel & Hatchet durante la pandemia, no por paranoia, sino por convicción práctica: si tiene armas, quiere dominarlas con responsabilidad.
Visto así, este nuevo perfil no aspira a convertirse en una especie de Rambo ni a librar guerras ideológicas, sino a afrontar desastres naturales o disturbios sociales con un mínimo de competencia y, quizás, templanza. En un país donde la posesión de armas ha sido históricamente símbolo de individualismo, esta nueva ola prioriza el aprendizaje colectivo y la estrategia compartida.
Una respuesta cultural. Para el medio, el auge del ciudadano preparado debe entenderse como una respuesta cultural al desgaste de las garantías institucionales en Estados Unidos. Frente a la percepción de un Estado incapaz de proteger a sus ciudadanos (ya sea frente a huracanes, pandemias, violencia urbana o inestabilidad geopolítica), emerge una especie de lógica de autosuficiencia organizada que convierte la incertidumbre en motivación.
El entrenamiento táctico, el conocimiento médico, las prácticas de comunicación y el cultivo de vínculos comunitarios son vistos como seguros ante un porvenir volátil, y lo que antes era marginal se ha vuelto más visible. Bajo ese prisma, el ciudadano preparado ya no parece un solitario con provisiones en el sótano, sino un miembro activo de una red creciente que se entrena, reflexiona y actúa, aunque no para desatar el caos, sino para sobrevivir a él.
Imagen | 7th Army Joint Multinational Training Command
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La noticia
EEUU ya tenía ciudadanos preparados para el fin del mundo. Ahora también tiene civiles entrenados para un colapso social
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Miguel Jorge
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