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Imagina coronar la cima del mundo apenas unos días después de haber salido de casa. Cuatro exsoldados británicos acaban de lograr una hazaña inédita en la historia del alpinismo: viajaron de Londres al Monte Everest, lo escalaron y regresaron, todo ello en menos de una semana. Este equipo, que incluía al ministro británico de Veteranos Alistair Carns, alcanzó la cumbre de 8.849 metros el miércoles 21 de mayo a las 7:10 de la mañana (hora de Nepal), acompañado por cinco sherpas y un cámara. Su expedición relámpago ha batido un récord “puerta a puerta” y ha desencadenado un intenso debate en la comunidad montañera debido al uso de gas xenón para acelerar la aclimatación.
Normalmente escalar el Everest requiere entre seis y diez semanas de aclimatación gradual en la montaña, subiendo y bajando repetidamente desde el campamento base a alturas cada vez mayores. En este caso, los cuatro veteranos británicos recortaron ese proceso de semanas a solo unos días.
Partieron de Londres el 16 de mayo por la tarde y, tras un vuelo de 7.400 km a Katmandú y un traslado en helicóptero al campamento base, iniciaron de inmediato la ascensión final.
Increíblemente, el 21 de mayo en la madrugada ya estaban pisando la cumbre del techo del planeta, cinco días después de dejar sus hogares. Completaron así un ascenso “flash” nunca antes visto en el Himalaya, reduciendo drásticamente los tiempos habituales de expedición.
La clave de este éxito exprés estuvo en una innovadora preparación previa. Desde comienzos de año, Alastair Carns y sus compañeros Garth Miller, Kevin “Kev” Godlington y Anthony “Staz” Stazicker durmieron durante meses en tiendas de campaña hipóxicas instaladas en sus casas.
Estos habitáculos especiales reducen progresivamente la concentración de oxígeno del aire, simulando la altitud para que el cuerpo produzca adaptaciones fisiológicas. “probablemente todos hemos acumulado más de 500 horas en la tienda hipóxica, durmiendo por la noche y también haciendo ejercicio con una máscara”, explicó Carns sobre este duro entrenamiento.
El propio Carns admitió que fue una fase de preparación “profundamente desagradable”, con sueño interrumpido y constantes sensación de ahogo al despertar, pero necesaria para “revolucionar el mundo del alpinismo” con esta misión inédita.
Sin pasar un solo día de aclimatación en las laderas del Himalaya, los cuatro veteranos se lanzaron a la montaña en cuanto aterrizaron en el campamento base. Contaban, eso sí, con las mismas medidas de apoyo que la mayoría de expediciones comerciales: guías sherpas de primer nivel, oxígeno suplementario embotellado para las zonas más altas, previsión meteorológica precisa y un equipo médico pendiente de su salud en todo momento.
Aun así, se enfrentaron a los peligros objetivos del Everest: el primer día de ascenso esquivaron una avalancha, y más adelante soportaron vientos feroces debido que casi los obligan a darse la vuelta. Incluso sufrieron contratiempos de salud: Kev Godlington tuvo vómitos y diarrea tras beber agua en el último campamento de altura, y quedó momentáneamente debilitado.
Gracias al entrenamiento militar del grupo, sus compañeros reaccionaron con rapidez: le ayudaron a descender unos metros, reponer oxígeno (que se le había agotado) y estabilizarse, aplicando protocolos de rescate para evitar que el problema fuera a más.
“Es en esas situaciones cuando se ve el valor de tener un equipo con habilidades increíbles que no deja a nadie atrás. Apenas dormíamos tres horas al día con frío extremo y el cuerpo degradándose, pero todos nos manteníamos alerta”, relató Godlington al finalizar la aventura.
Finalmente, tras apenas 50 horas efectivas de escalada repartidas en tres días de ascenso y otros dos de descenso, los cuatro exmilitares regresaron al campamento base sanos y salvos. Desde allí un helicóptero los devolvió a Katmandú en cuanto el clima lo permitió.
Exhaustos pero eufóricos, celebraron con una porción de pizza mientras esperaban su vuelo de regreso a casa. A la mañana del 23 de mayo ya se encontraban de vuelta en Londres, completando su “Misión Everest” en seis días y 13 horas puerta a puerta.
Habían cumplido el objetivo logístico que se propusieron: siete días como máximo entre salir y regresar, inscribiendo su nombre en los libros de récords del Everest. Si bien no batieron el récord absoluto de velocidad de ascenso (que ostenta el sherpa Lhakpa Gelu, quien en 2003 subió del campamento base a la cumbre en 10 horas 56 minutos tras aclimatar previamente), sí establecieron una nueva marca para una expedición sin aclimatación in situ en el Himalaya.
Ahora bien, la manera en que lograron semejante gesta, valerse de la tecnología y de una ayuda química para sortear la aclimatación tradicional, ha abierto un apasionado debate sobre los límites del rendimiento humano y la ética en el alpinismo.
El ingrediente más controvertido de esta expedición fue, sin duda, el gas xenón. Descubierto en 1898, el xenón posee propiedades anestésicas y se ha empleado en medicina, especialmente en Rusia, como anestésico seguro aunque muy costoso.
Desde hace algunos años se investiga su potencial para estimular la producción de eritropoyetina (EPO), una hormona que induce la generación de glóbulos rojos. Más glóbulos rojos implican mayor capacidad de transportar oxígeno en la sangre, algo parecido a lo que logra el organismo de forma natural al aclimatarse a la altura.
En teoría, inhalar xenón antes de una expedición podría “engañar” al cuerpo para que se adapte más rápido a la falta de oxígeno, acelerando la aclimatación. Los cuatro montañeros británicos apostaron por comprobar esa teoría en carne propia. Bajo supervisión del médico alemán Michael Fries, artífice del protocolo, inhalaron una dosis concentrada de xenón mezclado con oxígeno en una clínica de Alemania, aproximadamente dos semanas antes de viajar a Nepal.
El procedimiento se realizó con sedación ligera y duró menos de una hora. Según los expertos, una sola sesión basta para desencadenar en el organismo los efectos deseados. De hecho, el tratamiento para los británicos se programó el 5 de mayo, calculando que los beneficios del xenón estarían en su punto álgido justo durante el ataque a cumbre alrededor del 20 de mayo.
Lukas Furtenbach, el organizador austriaco de la expedición, sostiene que el xenón “mejora la aclimatación y protege al cuerpo del mal de altura y de los efectos del ambiente hipóxico”. La hipótesis es que el xenón actúa como neuroprotector, mitigando el impacto de la hipoxia (oxígeno insuficiente) en órganos vitales como el cerebro.
“El xenón parece desarrollar mecanismos que protegen contra el mal de altura causado por la falta de oxígeno”, explicó el Dr. Fries, añadiendo que “inhalarlo reproduce los efectos de la altitud elevada” en el cuerpo humano. En otras palabras, respirar xenón simularía un “mini-Everest” interno: desencadena las mismas respuestas fisiológicas que estar a gran altitud, pero sin tener que pasar semanas escalando y descendiendo para conseguirlo.
No es la primera vez que se usa esta sustancia con fines de rendimiento. El xenón llamó la atención del mundo deportivo hace una década, cuando se supo que atletas rusos lo empleaban antes de los Juegos Olímpicos de Sochi 2014 para aumentar su resistencia.
Aquello llevó a que la Agencia Mundial Antidopaje añadiera al xenón a su lista de sustancias prohibidas ese mismo año. En el ámbito del montañismo recreativo no existe un ente regulador antidopaje, pero la simple mención del gas xenón genera suspicacias: ¿es un avance científico válido o una forma de dopaje en el alpinismo?
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Imágenes | Lukas Furtenbach (Instagram)
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La noticia
Cuatro exsoldados británicos logran lo imposible al salir el 16 de mayo de Londres y el coronar el Everest el 21 de mayo: gas xenón y un plan perfecto
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Vitónica
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Joaquín Vico Plaza
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Escrito por Redacción Optima
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