Optima97.com Optima 97.7 FM | La Gigante de Nagua
Leía hace unos días a Alberto Romero en su estupenda The Algorithmic Bridge contando tres historias que compartían algo inquietante: eran tres personas salvadas por hacer algo tan simple como preguntar a ChatGPT sobre sus síntomas.
No usaron prompts sofisticados ni técnicas avanzadas. Solo describieron un dolor, una incomodidad, una preocupación.
Y vivieron para contarlo.
Lo interesante en el hilo conductor de esas tres historias no es que la IA acertara (aunque lo hizo). Es que a Natalia se le ocurriera preguntar a ChatGPT por esa tensión en su mandíbula. Es que Cooper pensara en compartirle la analítica de su perro. Y que Flavio, con un dolor en aumento, valorara consultar a un chatbot además de a un médico.
El protagonista de estas tres historias no es ChatGPT, sino ese momento previo, ese instante en que alguien piensa «¿Y si…?».
Vivimos obsesionados con lo que las máquinas nos están quitando. Empleo, singularidad, creatividad. Pero por el camino estamos perdiendo algo casi igual de valioso por nuestro propio pie: la capacidad de imaginar usos no previstos, conexiones improbables, formas de uso que rompen el manual de instrucciones.
La brecha no solo está entre quienes dominan la tecnología y quienes no, está entre quienes pueden reimaginarla y quienes la usan siguiendo patrones establecidos.
Es como cuando compramos un horno nuevo. Están los que se sientan pacientemente a leer el manual de instrucciones memorizando cada función oficial, y los que inmediatamente empiezan a apretar botones, girar diales y crear combinaciones que quizás ni el fabricante concibió.
Ambos acabarán cocinando, pero son los segundos los que descubrirán que poniendo el grill a potencia media mientras gira el ventilador se consigue un acabado imposible de lograr siguiendo las recetas oficiales.
La verdadera innovación siempre ha surgido de quienes ignoran, conscientemente, las limitaciones teóricas.
Lo bueno es que, de la misma forma que el talento es muy democrático, esta capacidad no entiende de credenciales. Un programador senior puede quedarse atascando escribiendo código con ChatGPT mientras un adolescente descubre que pedirle que simule conversaciones difíciles antes de tenerlas. Y resulta que funciona como un espejo emocional que jamás apareció en ningún manual.
Las historias que recoge Alberto tienen algo más en común: ocurren en el ámbito médico, donde el conocimiento ha sido históricamente poder. Donde el diagnóstico fluye desde arriba hacia abajo. Donde la jerarquía informativa es tan rígida que tiene su propio uniforme.
Sin embargo, ahí están Natallia, Cooper y Flavio, invirtiendo el orden, llevando al experto un diagnóstico que ellos no podrían haber formulado pero que la IA sí pudo detectar. No es una cuestión de fe ciega en la tecnología (todos confirmaron con profesionales). Es algo mucho más subversivo: un reordenamiento silencioso de quién tiene acceso a qué información y en qué momento.
Mientras seguimos preguntándonos si las máquinas van a robarnos la imaginación, la realidad es mucho más simple: lo decisivo no es lo que la IA nos quita, sino lo que se nos ocurre hacer con ella.
Ahí está la verdadera ventaja competitiva del siglo XXI: en esa capacidad para ver posibilidades donde otros solo ven herramientas con instrucciones de uso predefinidas. Natallia, Cooper y Flavio no salvaron sus vidas por tener acceso a una tecnología superior, sino por atreverse a pensar diferente.
En Xataka | o4-mini es mucho más que otro modelo de IA. Es el Tesla Model 3 de OpenAI
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La noticia
Con o3 y o4-mini, ChatGPT razona mejor que nunca. Pero más importante que el modelo es que se nos ocurra hacerle ciertas preguntas
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Lacort
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Escrito por Redacción Optima
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