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Debo reconocer que no esperaba demasiado de una película llamada ‘Lo que aprendí de mi pingüino’, con Steve Coogan en el póster sentado al lado de un pingüino. Creí, injustificadamente, que sería una simple feel-good movie sobre un hombre que cuida de uno de estos animales y le ayuda a ser mejor persona, una cinta cuqui sin mucho donde rascar. Lo que no esperaba era salir de la proyección habiendo asistido a una lección de historia argentina y un canto antifascista con pingüino de fondo. Sorpresas que te da el cine.
Quizá el mayor error de ‘Lo que aprendí de mi pingüino’ sea, de hecho, que no siempre logra mezclar de manera coherente las dos películas de las que se compone: el drama sobre los desaparecidos en Argentina durante la dictadura de de Videla y la entrañable comedia sobre un profesor que se lleva su animal de compañía a todas partes y aprende gracias a él a salir adelante de un terrible bache emocional. A veces, ambas logran caminar en armonía, pero en determinados momentos parecen transcurrir de maneras paralelas, casi como si el guion tuviera que hacer esfuerzos para no olvidarse de alguna de las dos.
Aunque no funcione, tiene sentido que sea así y tenga siempre esa pátina de amabilidad: el profesor Mitchell vive tan aislado de la realidad del país en el que ha caído que no se da cuenta de lo que realmente está ocurriendo hasta que lo vive en primera persona. Cuando el fascismo llama a su puerta, solo le queda una rebelión encapsulada en su animal de compañía, capaz por él mismo de cambiar todas las convenciones sociales y servir como inusual símbolo de la esperanza en un país que necesitaba aferrarse a un clavo ardiendo para sobrevivir.
Tristemente, la película tiene el síndrome del «Basado en hechos reales» y no se permite a sí misma salirse mínimamente de un esquema en el que se encorseta sola. No hay extravagancias narrativas de ningún tipo, dejando que la corrección sea la reina de toda la producción: visualmente no hay nada que destaque, y por momentos se nota excesivamente blanda, como queriendo driblar los horrores de la dictadura militar y el golpe de estado para dar un final feliz a sus personajes. En su metraje pide más ansias de rebeldía, un toque fuera de lo común que pudiera ver más allá del argumento. No lo consigue, y el resultado final es tan interesante como descafeinado.
Pese a su antifascismo militante (no esperábamos menos del Peter Cattaneo que nos trajo ‘Full Monty’), la película tiene demasiadas buenas intenciones. Tantas, que acaba por suavizar en exceso el golpe de estado y la sociedad argentina de los 70, haciéndolo ver como un suceso más molesto que dramático, explicado de manera previsible en los rótulos finales. No tiene por qué ser una lección de historia, claro, pero uno sale de ‘Lo que aprendí de mi pingüino’ sin sentir que haya aportado una nueva visión al conflicto. Tenía la oportunidad, pero no la consigue explotar.
No voy a ser tan picajoso en todo: el pingüino, totalmente real y sin CGI por ningún sitio (algo de agradecer en el cine de hoy en día), no solo es adorable y se come cada escena en la que aparece: además, sirve como redención y evolución de sus protagonistas, que vuelcan sus inseguridades en el elemento extraño que no debería estar allí. Esta parte de la película, quizá por ser la menos arriesgada y más modélica, funciona a la perfección dentro de su simpleza, y ayuda a aupar la actuación de Steve Coogan, que en ocasiones tiende excesivamente al hieratismo.
La mezcla entre realismo social, drama intimista y comedia con animales no ha salido del todo bien, pero dentro del riesgo que conlleva el resultado es agradable, relativamente original y va más allá de lo que cualquiera podría imaginar al entrar en la sala. ‘Lo que aprendí de mi pingüino’ no alcanza nunca a ser la película que pretende ser, pero sí da un paso seguro hacia el frente pretendiendo salir de la maraña de «feel-good movies» que nos llegan cada año. Y en un tiempo donde se trata de contentar a todo el mundo por igual, es de agradecer que hasta un pingüino pueda ser antifascista.
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La noticia
‘Lo que aprendí de mi pingüino’ mezcla historia, cuquismo y antifascismo. El riesgo de la mezcla no le funciona del todo, pero al menos trata de romper con lo esperado
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Randy Meeks
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Escrito por Redacción Optima
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