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El club de golf más famoso del planeta tiene un problema: 200 millones después no ha logrado derribar la casa de una anciana

todayabril 14, 2025

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El club de golf más famoso del planeta tiene un problema: 200 millones después no ha logrado derribar la casa de una anciana

En Augusta, Georgia, donde el valor medio de una casa ronda los 125.000 dólares, las ofertas del club de golf más famoso de Estados Unidos, el Augusta National Golf Club, a los residentes y dueños de las tierras colindantes han sido mucho más que generosas. El prestigioso club que alberga el torneo Masters ha destinado al menos 200 millones de dólares a la compra de más de 100 propiedades, desde casas modestas a comercios de barrio, con montantes que incluso quintuplican o más el valor fiscal de la propiedad.

Solo una vivienda se interpone al ambicioso proyecto de renovación.

El dinero y la estética. Lo contaba la semana pasada el Wall Street Journal en exclusiva. En los últimos 20 años, el club de golf más legendario del planeta ha ejecutado una de las campañas de adquisición de tierras más ambiciosas (y discretas) en la historia reciente del deporte estadounidense. El objetivo no era únicamente ganar espacio físico. Era, también, transformar todo lo que rodea al club en una extensión de su estética controlada, elegante y exclusiva.

La imagen del visitante que atraviesa un vecindario de casas en alquiler, vendedores ambulantes y puestos de cigarrillos camino a los campos de césped perfecto no encajaba con la narrativa del “santuario del golf”. Por eso, el club comenzó a comprar las casas y a demolerlas, convirtiendo barrios enteros en estacionamientos y zonas verdes, redibujando incluso límites viales y sofocando cualquier rastro del bullicio popular que alguna vez rodeó al Masters.

Cheches en blanco. Para ello y como decíamos al inicio, no han escatimado a la hora de hacerse con el barrio. El WSJ contaba casos como el de la iglesia presbiteriana Lakemont, vendida por 1.65 millones de dólares, o el de Madeleine Liles, quien recibió 1.1 millones de dólares por la casa que su padre construyó en 1953.

Estos casos ejemplifican un patrón claro: Augusta National no discute. Paga. Rápido, en efectivo, y sin titubeos. La estrategia ha generado una riqueza inesperada para muchos residentes, ha fortalecido las arcas fiscales locales y ha silenciado gran parte de la resistencia comunitaria. Explicaba el diario que la frase “sabes que tienen el dinero” se ha convertido en un mantra entre vendedores y agentes inmobiliarios locales.

Y, sin embargo, una casa se ha resistido al “encanto” del verde.

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La entrada del club

Un casa “ordinaria” vs imperio. Sí, al parecer, a tan solo unos pasos del legendario club, una mujer de 92 años, Elizabeth Thacker, resiste con firmeza a las multimillonarias ofertas que la rodean. En una vivienda modesta de tres habitaciones y un solo piso, construida en 1956 sobre un terreno de 27 hectáreas, Thacker ha vivido la mayor parte de su vida, junto a su difunto esposo Herman y su familia.

La casa, ubicada en el 1112 de Stanley Road, en Augusta, Georgia, ha sido testigo de generaciones: allí crecieron sus hijos y también jugó de niño su nieto, el golfista profesional Scott Brown. Sin embargo y desde hace años, la propiedad es también objeto de deseo del poderoso club de golf, que ha invertido esos más de 200 millones de dólares en expandir su dominio urbano y convertir los alrededores en parte de su infraestructura privada.

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El valor de arraigo por encima de todo. A pesar de que el valor estimado de la vivienda es de 338.026 dólares (muy por encima del promedio local de 215.000 dólares), Augusta National ha presentado múltiples ofertas por encima de esa cifra, todas rechazadas. Y no porque no se haya hecho negocio antes: los Thacker vendieron otra propiedad a la misma institución por 1.2 millones de dólares.

La diferencia en este caso se da porque la casa donde aún vive Elizabeth es distinta. Es el hogar de su vida, el sitio donde formó una familia y donde aún encuentra sentido y pertenencia. Su difunto esposo lo dejó claro en 2017: “El dinero no lo es todo”. Y esa frase, sencilla y poderosa, parece resumir el espíritu con el que la mujer se ha enfrentado a uno de los clubes deportivos más influyentes del planeta.

Resistencia entre demoliciones. Contaba WSJ que la estrategia de Augusta National estas dos décadas ha sido silenciosa pero contundente: comprar propiedades a precios muy superiores a los de mercado, en ocasiones mediante sociedades de responsabilidad limitada con nombres opacos como BC Acquisition Co. o WSQ.

Muchas de esas viviendas adquiridas ya han sido demolidas, reemplazadas por zonas de aparcamiento o espacios vacíos, listos para futuras construcciones. De hecho, justo frente a la casa de Thacker hay ahora un terreno sin pavimentar que funciona como aparcamiento para los asistentes al torneo. Bajo este contexto, la suya parece una isla en medio del avance de una marea que todo lo compra y lo transforma.

La “otra” Elizabeth. Junto a la anciana, hay otra persona que también se ha resistido a las ofertas del club, aunque desde otra perspectiva. Rebecca Freeman, de 81 años, vive a nada del campo par-3 del club. La mujer también ha visto cómo una docena de casas en su calle fueron vendidas y demolidas, y aunque Augusta National le ha hecho una oferta, fue inferior a los 500.000 dólares que obtuvo un vecino, y ella, paciente y calculadora, ha decidido esperar.

Qué duda cabe, juega con un as en la manga: sabe que el club acabará por querer su propiedad y otras pocas que aún se mantienen en pie. “Cuando estén listos para quedarse con las que quedan, subirán el precio”, le dijo al WSJ. Su lógica, como la de otros que han resistido, es simple: cuando un comprador tiene bolsillos infinitos y un plan inamovible, la clave está en esperar el momento justo.

Tenacidad como legado. En el caso de Thacker y aunque muchos vecinos ya vendieron, ella no solo permanece, sino que sigue siendo el alma de su casa. Su hija, Robin Thacker Rinder, lo confirmaba a los medios con orgullo: “Sí, todavía es nuestra. Y sí, mamá todavía vive allí. Tiene una voluntad de hierro”.

Esa obstinación, en apariencia simple, encierra un acto de dignidad que desafía la lógica de las grandes transacciones. En tiempos donde todo parece tener un precio, la historia de Thacker se ha convertido estos días en un raro recordatorio de que hay decisiones que no se miden en cifras, sino en historia, amor y cierta pertenencia. Mientras los asistentes al Masters pasan frente a su puerta sin saberlo, la mujer que se negó a vender sigue allí, firme en su convicción: el dinero no lo es todo.

O, al menos, no lo es por ahora.

Imagen | Golf, Richmond County property, pocketwiley

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El club de golf más famoso del planeta tiene un problema: 200 millones después no ha logrado derribar la casa de una anciana

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por
Miguel Jorge

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Escrito por Redacción Optima

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